MITOLOGÍAS CREADAS POR 6º A

PEGASO (Samuel, Luis, Raúl y Manuel)

La caja de Pandora

Perseo y Medusa

La guerra de Troya     

 

Hace mucho, mucho tiempo sucedió la primera guerra que fue la guerra de Troya. Griegos y troyanos se enfrentaron por Helena, la mujer más bonita del mundo. Helena era griega, pero un príncipe troyano, Paris, se enamoró de ella y se la llevó a Troya. Unos dicen que el príncipe troyano la raptó, mientras que otros aseguran que fue Helena la que quiso irse a Troya.

Eso nadie lo sabrá. Lo que sí sabemos es que entonces comenzó la famosa guerra de Troya. Los griegos juntaron todos sus barcos que eran más de mil y navegaron hasta Troya pensando que podrían entrar en la ciudad en unos pocos días y llevarse de vuelta a Helena. Pero nada de eso, porque los troyanos eran valientes guerreros y no se lo pusieron nada fácil a los griegos. Así estuvieron luchando durante 10 largos años. 

Griegos y troyanos estaban deseando que se terminara ya la guerra, pero ninguno conseguía la victoria. Si los griegos conseguían entrar en la ciudad, entonces ganaban la guerra y Helena se volvía a su casa. Pero si no lo conseguían, Helena se quedaba en Troya. ¿Qué pasó al final? Pasó que los griegos siempre consiguen lo que se proponen porque nunca pierden la esperanza y luchan hasta el final. Fue a Ulises al que se le ocurrió la gran idea y gracias a él consiguieron entrar en la ciudad.

El caballo de madera

Ulises y el resto de los griegos construyeron un enorme caballo de madera sin que los troyanos se dieran cuenta. El caballo llevaba truco porque hicieron un agujero en la barriga del caballo y allí se metieron muchos guerreros. Luego dejaron el caballo con la tripa llena de griegos a la entrada de Troya. Los troyanos pensaron que los griegos se habían rendido y se habían vuelto a su casa, pero no era así. Allí estaban todos escondidos en la barriga del caballo. 

Pensando que el caballo era un regalo de los griegos para los dioses, los troyanos metieron aquella enorme construcción de madera en la ciudad. Y cuando todos en Troya celebraban la supuesta victoria, los griegos aprovecharon su despiste para salir de la barriga del caballo de madera y recuperar Helena. Y con este truco del ingenioso Ulises fue como los griegos ganaron la guerra de Troya.

 

 

 


La caja de Pandora

 



Seguro que habéis oído la expresión: “¡Esto es como abrir la caja de Pandora!”; aquí tenéis de dónde proviene  este dicho:

Zeus y el resto de los dioses vivían en el monte Olimpo.
En la tierra, el titán Prometeo creó la raza humana a la que dotó de conocimientos y le enseñó a respetar a los dioses.
Zeus le gustó mucho lo que había hecho Prometeo y quiso darle un premio. Ordenó al dios  Hefesto que creara la primera mujer de la tierra para regalársela a Prometeo.
Hefesto modeló con arcilla una bellísima mujer que llamó Pandora.
La belleza de Pandora impresionó a todos los dioses del 
Olimpo y cada dios le fue concediendo una cosa. Atenea la dotó de sabiduría, Hermes de elocuencia y Apolo de dotes para la música.
El don de Zeus consistió en una hermosa caja, que se suponía contenía tesoros para 
Prometeo, pero le dijo a Pandora que la caja no podía abrirse bajo ningún concepto, lo que Pandora prometió a pesar de su curiosidad. 
Pandora y su caja fueron ofrecidos a Prometeo, pero este no se fiaba de Zeus y no quiso aceptar los regalos. Para que Zeus no se ofendiera Prometeo entregó ambos regalos a su hermano Epimeteo y le dijo que guardara bien la llave de la caja para que nadie pudiera abrirla. Cuando Epimeteo conoció a Pandora se enamoró locamente y se casó con ella aceptando la caja como dote.

Un día Pandora, que era muy curiosa, no pudo aguantar más, le quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja, de la que salieron cosas horribles para los seres humanos como enfermedades, guerras, terremotos, hambres y otras muchas calamidades.
Al darse cuenta de lo que había hecho Pandora intentó cerrar la caja, pero sólo consiguió retener dentro la esperanza que, desde entonces, ayuda a todos los hombres a soportar los males que se extendieron por toda la tierra.

 

 


ORFEO Y EURÍDICE

Orfeo, hijo de una de las musas, era un joven dotado del don de la poesía y de la música. Era un gran poeta y tocaba muy bien la lira.

Cada vez que tocaba su instrumento, la bella melodía que salía del mismo, deleitaba a cualquier ser que lo escuchase, los hombres, los animales y cualquier ser que escuchaba las sintonías que salían de la lira de Orfeo quedaban hipnotizados y extasiados con la hermosa música, hasta las plantas y los seres inanimados como las rocas, se movían con sus interpretaciones y cambiaban de lugar solo para escuchar aquella maravillosa música.

Orfeo estaba casado con la bella Eurídice, su amor por ella era inmenso, estaba completamente enamorado. Orfeo era feliz junto a su amada Eurídice. Solían ir a pasear juntos, un día mientras caminaban de la mano por el bosque, la bella Eurídice sin darse cuenta, pisó una serpiente venenosa que dormía. La serpiente, al ser despertada de su sueño, furiosa mordió el tobillo de Eurídice y ésta murió a causa del veneno en pocos minutos.

Orfeo triste y desesperado por la muerte de su esposa, no se resignó a perderla, de este modo se dispuso a descender al Tártaro, un abismo donde todas las almas iban a parar al morir para ser juzgadas, para buscar a su amada y traerla de regreso a la vida.

 

Armado con su lira como única arma, descendió al abismo y mientras tocaba sus dulces melodías, encandilaba a todos los que encontraba a su paso. Incluso Cerbero el perro de tres cabezas que custodiaba la entrada del Tártaro, seguía a Orfeo hipnotizado por la bella melodía. De este modo Orfeo llegó al trono de Hades, el rey de los muertos y éste también quedó fascinado por los acordes que salían de la lira. Hades le preguntó a Orfeo:

-¿Qué vienes a buscar aquí?

-He descendido al abismo para buscar a mi esposa Eurídice. Quiero llevarla de vuelta a la vida conmigo- respondió Orfeo.

Hades, después de reflexionar brevemente le respondió:

-Escucha bien lo que te voy a decir, dejaré que Eurídice regrese contigo, con una sola condición. Escucha bien porque es muy importante, deberás caminar sin mirar atrás hasta que llegues a la salida del Tártaro a plena luz del sol. Eurídice te seguirá mientras tocas la lira y no sufriréis ningún daño. Pero bajo ningún concepto puedes darte la vuelta para mirar atrás.

Orfeo, feliz entonaba la más dulce de las melodías que jamás había entonado, mientras Eurídice lo seguía a cierta distancia. Pero Orfeo estaba nervioso y ansioso por estar con su amada, necesitaba comprobar que realmente ella le seguía, necesitaba verla, no podía aguantar las ganas de verla. Así olvidó la condición que le había puesto Hades y cuando sólo faltaba un minuto para salir a la luz del sol, no pudo aguantar más y volvió la cabeza para mirarla, comprobando que realmente estaba allí y perdió de este modo a Eurídice para siempre.

 

 

El talón de Aquiles.

 

Aquiles fue uno de los héroes griegos más famosos. Participó en la guerra de Troya junto con Ulises y con muchos otros guerreros dispuestos a rescatar a la bella Helena y todos los troyanos huían aterrorizados en cuanto veían aparecer a Aquiles por el campo de batalla. Y es que él era, con mucho, el guerrero más fuerte, feroz y valiente de todos los griegos.

La enorme fuerza de Aquiles provenía de su madre, Tetis, una ninfa del mar que era inmortal. Todos tenían miedo de Aquiles, pero era porque no conocían el secreto de su debilidad. Aquiles tenía un secreto desde el día de su nacimiento y lo mantenía muy oculto porque podía costarle la vida.

Cuando Aquiles nació su madre Tetis estaba preocupada por el bebé. Tetis era un ser inmortal, pero el papá de Aquiles, Peleo, no lo era. Así que el niño no estaba totalmente protegido. Como Tetis quería que su niño fuera invulnerable, nunca se hiciera ninguna herida y nunca pudiera morir, cogió al niño y lo bañó en las aguas de un lago que daba la inmortalidad. 

¿Estaba ya protegido Aquiles? De ninguna manera, porque Tetis tenía que agarrar al bebé por alguna parte de su cuerpo para que no se ahogara mientras lo sumergía en las aguas inmortales. Y fue precisamente por el talón por donde estaba sujetando al niño. Así que esa parte del cuerpo de Aquiles era la única por donde le podían hacer daño.

Este secreto solo lo sabían Aquiles y su madre Tetis, por lo que el héroe griego era capaz de correr cualquier riesgo sabiendo que no tenía peligro de hacerse daño ni de morir. Hasta que un día Aquiles desveló el secreto a uno de sus amigos, su amigo se lo dijo a otro amigo, el amigo del amigo a otro y así corrió la voz de que Aquiles en realidad no era invencible.

Y fue un gran error contar ese secreto tan importante, porque al final los troyanos se enteraron de cómo podían acabar con el temible Aquiles y utilizaron la información que tenían. En un combate, un troyano lanzó una flecha con mucha puntería, tanta puntería que acertó en el talón y Aquiles murió. No le quedó más remedio que subir al Olimpo con los dioses para ver cómo terminaba aquella guerra de Troya.

 

 

 

 

 

 

 


La historia de Aracne, la tejedora

En Grecia vivía una joven llamada Aracne.  Su rostro era blanco pero hermoso y su cabello era largo y oscuro.  Lo único que le interesaba hacer desde la mañana y hasta el medio día era sentarse al sol a hilar; y lo único que le interesaba hacer desde el medio día hasta la noche era sentarse a la sombra y tejer.

Y, ¡oh!  ¡Qué finas y bellas eran las cosas que tejía en su telar!  Lino, seda, lana—trabajaba todas por igual; y cuando venía de sus manos, el tejido que hacía era tan suave, tan delgado y tan vivo que venían personas de todas partes del mundo a verlo.  Y decían que un tejido tan excepcional no podía estar hecho de lino, ni de seda ni de lana, sino que la urdimbre era de rayos del sol y que la trama era de hilos de oro. 

Y entonces, cuando la joven se sentaba día tras día al sol a hilar, o en la sombra a tejer dijo:  “No hay en el mundo un hilo tan fino como el mío, ni tampoco un tejido tan suave y liso, ni una seda tan viva y excepcional". 

Una tarde cuando estaba sentada en la sombra tejiendo y hablando con quienes pasaban por el lugar, alguien le preguntó:  "¿Quién te enseñó a hilar y a tejer tan bien?"

"Nadie me enseñó," contestó Aracne.  "Aprendí a hacerlo cuando me sentaba al sol y a la sombra; pero nadie me mostró como hacerlo". 

"Pero puede ser que Atenea, la diosa de la sabiduría, te enseñó y tu no sabías".

"¿Atenea?  ¡Bah!" dijo Aracne.  "¿Cómo podría enseñarme?  ¿Acaso puede hilar madejas de hilos como estas?  ¿Puede tejer cosas como las mías?  Me gustaría ver como lo intenta.  Probablemente le puedo enseñar un par de cosas". 

Subió la mirada y vio en el portal a una mujer alta envuelta en una capa larga.  Su rostro era hermoso al verlo, pero serio, ¡oh!, ¡tan serio!  Y sus ojos grises eran tan penetrantes y tan brillantes que Aracne no pudo sostener la mirada.

"Aracne," dijo la mujer, "soy Atenea, la diosa de las manualidades y de la sabiduría, y he oído tus alardes.  ¿Estás segura de que aún crees que puedes hilar y tejer tan bien como lo hago yo?" 

Las mejillas de Aracne palidecieron, pero dijo: “Sí.  Puedo tejer tan bien como lo haces tú".

"Entonces déjame decirte lo que haremos", dijo Atenea.  "En tres días ambas tejeremos; tú en tu telar y yo en el mío.  Pediremos a todo el que quiera que venga a vernos; y el gran Zeus, que esta en las nubes, será el juez.  Y si tu trabajo es mejor, no tejeré nunca más hasta que se termine el mundo; pero si mi trabajo es mejor, entonces nunca más usarás el telar ni el huso.  ¿Estás de acuerdo?" 

"De acuerdo", dijo Aracne.

"Muy bien", dijo Atenea.  Y se alejó.

Cuando llegó el momento del concurso de tejido, cientos de personas se presentaron para verlo, y el gran Zeus se sentó entre las nubes y observó. 

Aracne tomó sus madejas de seda fina y comenzó a tejer.  Y tejió una red de una belleza maravillosa, tan delgada que flotaría en el aire, y tan fuerte que podría sostener a un león en sus mallas; y los hilos de la urdimbre y la trama eran de tantos colores, y estaban distribuidos y mezclados tan maravillosamente entre sí que todos los que lo veían estaban encantados.

"No es de extrañar que la doncella hiciera alarde de sus habilidades", dijo la gente y el mismo Zeus asintió. 

Luego Atenea comenzó a tejer.  Y tomó los rayos de sol que bañaban la cima de la montaña, y la lana blanca de las nubes de verano y el éter azul del cielo de verano, y el verde claro de los campos de verano, y el púrpura real de los bosques de otoño—y ¿qué crees que tejió? 

La red que tejió estaba llena de dibujos encantadores de flores y jardines, y de castillos y torres, y de montañas, y de hombres y de bestias, y de gigantes y de enanos, y de los seres poderosos que moran en las nubes con Zeus.  Y quienes vieron el tejido estaban tan fascinados y sorprendidos que se olvidaron de la hermosa red que Aracne había tejido.  Y la misma Aracne estaba avergonzada y temerosa cuando lo vio; y cubrió su rostro con las manos y lloró.

"¡Oh!, como podré vivir", se lamentó, "ahora que ya no podré usar el telar ni el huso nunca más" 

Y siguió llorando y diciendo, "¿Cómo podré vivir?"

Luego, cuando Atenea vio que la pobre doncella nunca más sería feliz a no ser que se le permitiera hilar y tejer, se compadeció de ella y dijo: 

"Te liberaría del acuerdo si pudiera, pero nadie lo puede hacer.  Debes respetar el acuerdo de nunca más tocar un telar ni un huso.  Y como nunca serás feliz a no ser que puedas hilar y tejer, te daré una nueva forma para que puedas seguir con tu trabajo sin huso ni telar". 

Luego tocó a Aracne con la punta de la lanza que llevaba consigo a veces; y la doncella se convirtió en una hábil araña que corrió hacia un lugar en el pasto a la sombra y comenzó alegremente a hilar y a tejer una hermosa red.

He oído decir que todas las arañas que han estado en el mundo desde entonces son hijas de Aracne.  Quizás Aracne aun vive hilando y tejiendo; y la siguiente araña que veas puede ser la mismísima Aracne.

 

 


 

Teseo y el Minotauro

 

Hace miles de años, la isla de Creta era gobernada por un famoso rey llamado Minos. Eran tiempos de prosperidad y riqueza. 

El poder del soberano se extendía sobre muchas islas del mar Egeo y los demás pueblos sentían un gran respeto por los cretenses. Minos llevaba ya muchos años en el gobierno cuando recibió la terrible noticia de la muerte de su hijo. Había sido asesinado en Atenas. Su ira no se hizo esperar. Reunió al ejército y declaró la guerra contra los atenienses.

Atenas, en aquel tiempo, era aún una ciudad pequeña y no pudo hacer frente al ejército de Minos. Por eso envió a sus embajadores a convenir la paz con el rey cretense. Minos los recibió y les dijo que aceptaba no destruir Atenas pero que ellos debían cumplir con una condición: enviar a catorce jóvenes, siete varones y siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al Minotauro.

En el palacio de Minos había un inmenso laberinto, con cientos de salas, pasillos y galerías. Era tan grande que si alguien entraba en él jamás encontraba la salida. Dentro del laberinto vivía el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Cada luna nueva, los cretenses debían internar a un hombre en el laberinto para que el monstruo lo devorara. Si no lo hacían, salía fuera y llenaba la isla de muerte y dolor.

Cuando se enteraron de la condición que ponía Minos, los atenienses se estremecieron. No tenían alternativa. Si se rehusaban, los cretenses destruirían la ciudad y muchos morirían. Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.

El barco que llevaba a los jóvenes atenienses tenía velas negras en señal de luto por el destino oscuro que le esperaba a sus tripulantes. Teseo acordó con su padre, el rey Egeo de Atenas, que, si lograba vencer al Minotauro, izaría velas blancas. De este modo el rey sabría qué suerte había corrido su hijo.

En Creta, los jóvenes estaban alojados en una casa a la espera del día en que el primero de ellos fuera arrojado al Minotauro. Durante esos días, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor de Minos. Ariadna se enamoró de él y decidió ayudarlo a Matar al monstruo y salir del laberinto. Por eso le dio una espada mágica y un ovillo de hilo que debía atar a la entrada y desenrollar por el camino para encontrar luego la salida.
Ariadna le pidió a Teseo que le prometiera que, si lograba matar al Minotauro, la llevaría luego con él a Atenas, ya que el rey jamás le perdonaría haberlo ayudado.

Llegó el día en que el primer ateniense debía ser entregado al Minotauro. Teseo pidió ser él quien marchara hacia el laberinto. Una vez allí, ató una de las puntas del ovillo a una piedra y comenzó a adentrarse lentamente por los pasillos y las galerías. A cada paso aumentaba la oscuridad. El silencio era total hasta que, de pronto, comenzó a escuchar a lo lejos unos resoplidos como de toro. El ruido era cada vez mayor.
Por un momento Teseo sintió deseos de escapar. Pero se sobrepuso al miedo e ingresó a una gran sala. Allí estaba el Minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había imaginado. Sus mugidos llenos de ira eran ensordecedores. Cuando el monstruo se abalanzó sobre Teseo, éste pudo clavarle la espada. El Minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.

Cuando Teseo logró reponerse, tomó el ovillo y se dirigió hacia la entrada. Allí lo esperaba Ariadna, quien lo recibió con un abrazo. Al enterarse de la muerte del Minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver a su patria. Antes de que zarparan, Teseo introdujo en secreto a Ariadna en el barco, para cumplir su promesa. A ella se agregó su hermana Fedra, que no quería separarse de su hermana.
El viaje de regreso fue complicado. Una tormenta los arrojó a una isla. En ella se extravió Ariadna y, a pesar de todos los esfuerzos, no pudieron encontrarla. Los atenienses, junto a Fedra, continuaron viaje hacia su ciudad. Cuando Ariadna, que estaba desmayada, se repuso, corrió hacia la costa y gritó con todas sus fuerzas, pero el barco ya estaba muy lejos.
Teseo, contrariado y triste por lo ocurrido con Ariadna, olvidó izar las velas blancas. 

El rey Egeo iba todos los días a la orilla del mar a ver si ya regresaba la nave. Cuando vio las velas negras pensó que su hijo había muerto. De la tristeza no quiso ya seguir viviendo y se arrojó desde una altura al mar. Teseo fue recibido en Atenas como un héroe. Los atenienses lo proclamaron rey de Atenas y Teseo tomó como esposa a Fedra.

 

 

 

 

 

 

Eris y la manzana de la discordia

  

La diosa Eris  (llamada Discordia en la mitología romana) era hija de Nix (la Noche). Su trabajo consistía en crear rumores, inquinas y celos basándose en su malévola imaginación y su experiencia, provocando rencillas y odios entre unos y otros. Siempre unida a su hermano y compañero Ares (dios de la Guerra) y a Enió (la matanza), Deimos (el miedo) y Fobos (el temor). Tuvo cinco  hijos: Ponos (la Pena),  Lete (el Olvido), Limos (el Hambre), Algos (el Dolor) y Horcos (el Juramento).

Un día Zeus organizó un gran banquete con motivo de la boda de Tetis y Peleo, al que invitó a todos los dioses con excepción de Eris dada su naturaleza problemática. Ella ofendida, apareció en la fiesta con la Manzana de la Discordia, una manzana de oro con la inscripción “para la más hermosa” y la lanzó en medio de todos indicando que el fruto debía ser entregado a la diosa más hermosa de todas. Las diosas inmediatamente trataron de adueñarse de la manzana, pero cuando las diosas más poderosas entraron: Hera, Afrodita y Atenea, todas las demás se apartaron.

La disputa entre las diosas no se hizo de esperar, y como no había solución al problema ya que los dioses no querían tomar partido, Zeus envió a las diosas al monte Ida con Hermes, quien se encargaría de llevarlas a Paris, príncipe troyano, elegido para dar veredicto sobre tan importante cuestión. El joven primero tuvo miedo, luego cada diosa le ofreció lo que estaba en sus manos para que la eligiera a ella: Atenea le ofreció la sabiduría y el triunfo en la guerra, Hera el poder y la riqueza y Afrodita a la mujer más hermosa del mundo que era Helena, esposa de Menelao de Esparta. Paris como joven y apasionado que era y después de mucha meditación, le entregó la manzana a Afrodita. Por lo que Paris raptó a Helena de Troya, causa de la Guerra de Troya.

 

Así las cosas, Eris (Discordia) logró su cometido pues causó la confrontación entre las diosas que derivó en un conflicto de diez años entre los mortales.


La leyenda de Pegaso, el caballo alado

 

Pegaso era el único caballo alado que existía sobre la faz de la Tierra. Nació del encuentro de Poseidón y Medusa. Era suave como el terciopelo y blanco como la espuma del mar.

Vivía libre y salvaje pastando en un verde monte y ningún mortal había nunca podido domesticarlo.

Un buen día, un bravo guerrero llamado Belorofonte, que nunca había sido derrotado en el campo de batalla, quiso domarlo para quedarse con él. Pero la fiereza de Pegaso hacía que ni siquiera pudiera acercarse. Tanto lo deseaba Belorofonte, que la diosa Atenea quiso hacerle un regalo a cambio de todas las batallas que había ganado.

-Toma estas bridas de oro -le dijo -con ellas podrás subirte a lomos de Pegaso. Antes de que Belofonte pudiera agradecerle tanta amabilidad, Atenea desapareció.

Belorofonte, tras colocarle las bridas, pudo subirse a la grupa de Pegaso sin problema. Desde entonces, los dos vivieron muchas aventuras y ganaron juntos muchas luchas.

Sin embargo, el ego de Beloronfonte, fue creciendo poco a poco. Su caballo, único en el mundo, y su invencibilidad en el campo de batalla, le convirtió en un ser orgulloso que incluso llegó a compararse con un dios.

Así que, si él era un dios -pensó- debía ser inmortal como ellos. Y sin pensárselo dos veces, decidió ascender por el cielo con su caballo Pegaso hasta llegar donde estaba el rey de los dioses Zeus para solicitarle la inmortalidad.

Cuando Zeus se enteró de sus intenciones decidió castigar tanta osadía, así que envió un mosquito para que picase a Pegaso. El mosquito, muy obediente, le dio un buen picotazo en la cola. Pegaso se asustó tanto que se desequilibró en el vuelo y precipitó a Belorofonte al vacío.

Beloronfonte cayó a la Tierra desde muy alto, pero no se mató. Quedó malherido y nunca más pudo volver a ser un buen guerrero.

Pegaso, sin darse cuenta de que Belorofonte se había caído, siguió cabalgando hasta llegar donde Zeus se encontraba. El dios, al verle, lo encontró tan magnífico que decidió ofrecerle quedarse en el cielo junto a él, y llevar sus rayos las noches de tormenta. Zeus lo convirtió en una constelación formada por cuatro magníficas estrellas brillantes en forma de cuadrilátero.

 

 Así cada, noche de otoño, podrás verle sobre el horizonte, muy cerca de la constelación de la princesa Andrómeda.


Perseo y Medusa.

En esta ocasión, el héroe griego Perseo se enfrenta a uno de los mayores peligros. Tiene que acabar con el miedo que impone la Gorgona Medusa, un monstruo capaz de convertir en piedra a todo aquel que se encuentre con su mirada.

 

Héroes griegos hay muchos, pero los más antiguos fueron los que realizaron las hazañas más increíbles y maravillosas. Perseo era uno de esos héroes fortachones y se hizo famoso por poner fin al terror impuesto por la Gorgona Medusa, que convertía en piedra a todas las personas que la miraban.

Medusa era una Gorgona, un ser monstruoso que tenía el cuerpo cubierto de escamas, la cara toda arrugada y en el pelo, en lugar de tirabuzones, tenía serpientes enroscadas que jugueteaban en su cabeza. A Medusa no se la podía mirar a la cara, pero no porque fuera horrorosa, sino porque en cuanto la mirabas te convertía en piedra. Así que todo el mundo tenía miedo de ella.

Todo el mundo menos Perseo, que para eso era un héroe griego. Así que un buen día decidió acabar con Medusa y liberar al mundo de convertirse en estatuas de piedra. Pero el asunto no era fácil y Perseo tuvo que pedir ayuda. Fueron los dioses griegos quienes ayudaron a Perseo haciéndole algunos regalos que necesitaría para vencer a Medusa.

Atenea le dio un escudo que era a la vez un espejo, Zeus le dio una hoz con un filo muy cortante, Hermes le prestó sus sandalias aladas y Hades le dejó su casco que le hacía invisible. Armado con todos estos regalos, Perseo se fue al encuentro de la Gorgona. Y allí se encontró a Medusa, paseando divertida mientras convertía en estatuas de piedra a todo aquel que se encontraba por el camino.

Cuando Medusa se sentó a descansar, Perseo empezó su maniobra. No podía mirarla a los ojos porque se convertiría en piedra, así que utilizó el escudo espejo para controlar los movimientos de medusa. En cuanto la vio sentada y descansando, Perseo se puso su casco que le hacía invisible, se colocó sus sandalias de alas y salió volando con la hoz en la mano listo para cortarle la cabeza a Medusa. 

Fue todo un éxito, porque Perseo logró cortarle la cabeza a Medusa y guardarla en una bolsa opaca para que no pudiera petrificar a nadie más. Además, de la sangre de Medusa nació el famoso caballo Pegaso, un caballo que volaba y que Perseo utilizó para llegar a casa cuantos antes.